¿Acaso no nos hemos observado haciendo algo repetitivo?, ¿No es cierto que en algún momento nos hayamos percatado de alguna actividad que ejecutamos una y otra vez diariamente? Encender la radio o la TV todas las mañanas mientras nos preparamos para ir a trabajar; Ir al bar a por el aperitivo siempre a la misma hora, o fumar el pitillo diario en la calle cerca de una puerta, son ejemplos de rituales adquiridos que llevamos incorporados en nuestro interior y que nos proporcionan tranquilidad y estabilidad. Pero ¿Qué pasaría si alguien interrumpiera nuestro ritual diario?, pues entraríamos inmediatamente en angustia. Estos comportamientos se repiten continuamente y funcionamos en torno a ellos y los revelamos no solo en los rituales y costumbres domésticas, sino también en nuestro modo de funcionar con los demás. Tenemos comportamientos repetitivos o habituales al estar en una fiesta, cuando buscamos seducir a alguien, cuando enseñamos a contener el pis y avisar a nuestro hijo pequeño, cuando nos ponemos a estudiar o trabajar. En toda situación en la que nos encontremos tendremos nuestra particular característica de desenvolvernos y que es repetitiva.
En los niños observamos cómo van incorporando determinadas situaciones y ellos mismos piden su repetición. Mi hija menor de dos años me pide que diariamente la lleve a su cama cuando es de noche y le cuente sus cuentos o le cante sus canciones. También me pide que la cargue jugando al caballito o que le ponga su película favorita una y otra vez. Pero a su vez veo en los niños una facilidad para cambiar continuamente de actividades, adquiriendo cada vez nuevas situaciones y como padre me veo en la necesidad de estimular estos cambios. Mi hija mayor de 11 tiene otros intereses y también sus propios rituales, uno de ellos es su obsesión por la ropa y su imagen, diariamente tienen que realizar combinaciones en el vestir, pero siempre dentro de un patrón general repetitivo, los pantalones debe ser de pitillo, las chaquetas o jerséis flexibles y entalladas, el peinado el mismo siempre pero cada día con diferentes accesorios y el calzado siempre deportivo, del tipo converse. Los rituales y comportamientos repetitivos están presentes en todas las edades, niños y adultos.
Pero tanto en niños como en adultos se dan también conductas repetitivas que son dañinas para si mismos y para los demás. Que se han originado también en experiencias en la relaciones con los demás, son conductas que hacen mucho daño y que inevitablemente tienden a repetirse, y que frente a las cuales es necesario actuar. Vemos por ejemplo, los esfuerzos de mucha gente por dejar de fumar y lo difícil que resulta, pero también están la conducta de aislamiento de una joven que se siente deprimida, o la de aquel individuo con un ego inflado, egoísta que se siente tener derecho a todo, o de aquel marido con disposición a reacciones explosivas de cólera. Como todos los rituales, estas conductas negativas se mantienen en el tiempo debido a que proporcionan equilibrio, resulta raro decir esto pero la gente que las padece necesita ejecutarlas para sentirse estables y tranquilos interiormente, es una estabilidad que llamamos patológica y que es necesario modificar.
Al negar nuestra atención a nuestros hijos, por estar ocupado en otras cosas, o al dañarle por perder el control de nuestros impulsos los estamos obligando a desarrollar conductas repetitivas negativas que serian su refugio frente a la desatención y el abuso. Todas las personas, no solo los padres, debemos desarrollar la capacidad de reflexionar sobre de donde proceden nuestros malos comportamientos y buscarles una solución. En su mayoría los seres humanos somos capaces de percatarnos de nuestras conductas, también de aquellas que son negativas y que seguimos repitiendo, pero debemos tomar conciencia que podemos modificarlas y realizar acciones que nos lleven a ello, quizás necesitemos apoyo, porque como ya dijimos, cambiar un ritual o comportamiento incorporado genera mucha angustia, pues por mucho tiempo nos ha dado una frágil estabilidad.
Milton Miranda